viernes, 5 de abril de 2013

Capítulo dos. El callejón.

Cuando tienes once años, por regla general, sueles ser una cabeza a la altura del codo de la gente más mayor. Te pisan, te empujan y no te ven cuando van marcha atrás y tropiezan contigo.
Pues bien, en el mundo mágico era exactamente igual. Con la única diferencia de que yo, siempre había sido pequeña entre los niños y niñas de mi edad.
Suerte que Carter Crowlen se aseguraba de que nadie me aplastara cubriendome con su brazo.
Normalmente solía ser papá quién había esto, pero tanto él, como mamá y Ben estaban embobados mirando a su alrededor.
El callejón Diagon era el lugar más mágico en el cual había estado hasta ahora.
Oculto entre las calles de muggles estaba aquella parte del mundo mágico por la cual estábamos pasando.
El callejón Diagon era una larga calle llena de tiendas con libros, pociones, animales e incluso chucherías mágicas.
Mis ojos trataban de captar todo lo que pasaba a mi alrededor. La bruja que buscaba algo con lo que hacer que sus plantas cantadoras afinaran su voz. El mago que trataba de regatear con un caldero de segunda mano. Un ramo de extrañas flores que trataba de alejarse de su puesto y huir...
Pero aún así era imposible verlo todo.
El señor Crowlen se había asegurado de cambiar algo de nuestro dinero muggle por dinero mágico para poder comprar las cosas que necesitaba para la escuela.
Tras una tarde y casi toda una noche demostrandonos que la magia existe, que era una bruja y que de verdad existía una escuela de magia, había accedido a la primera a ir a esa escuela.
También es verdad que el hecho de ver chillar a mi madre como una loca cuando el señor Crowlen transformó nuestra mesa de caoba del salón en una vaca, me había incitado aún más a aprender magia. Era increíble lo que en sólo tres días mi vida había cambiado.
Pero sin duda, ahora toda ni vida, todas aquellas cosas extrañas que me pasaban, todo aquel miedo hacia mi misma... Había desaparecido.
  -Primero iremos a comprar las tunicas. Tú madre se puede quedar contigo, y Ben también-decía el señor Crowlen-mientras iré con vuestro padre a comprar los libros y tratar algunos asuntos. Volveremos a por vosotros al acabar, ¿de acuerdo?
Todos asentimos y el señor Crowlen nos llevó a la tienda de MADAME MALKIN.
El uniforme del colegio era bastante sencillo. Una falda gris oscura, y una rebeca negra con el escudo de Hogwarts al igual que una capa negra lisa para el día a día.
Media hora después de entrar, volvieron el señor Crowlen y mi padre con los libros de la escuela. Evite no desmayarme al ver los grandes volúmenes que portaban. Eran gigantescos y casi me daban miedo. Estaba segura de que mi cerebro no podria asimilar aquello en los siete cursos como para hacerlo en uno.
  -Sólo quedan los materiales para pociones. Tardaremos poco-me aseguro Crowlen.
Ya me estaba agobiando. Tantos libros, tantas cosas juntas... No era alguien dada a las preocupaciones. Siempre había sido muy vaga en ese sentido. No me gustaba trabajar, ni esforzarme... Aún así, primaria me había ido muy bien.
Puede que debiera cambiar al entrar en Hogwarts... Puede.

La balanza de laton ya estaba en la bolsa y salíamos de la botica con pasó rápido.
Papá y mama estaban cargados de mis cosas, pero gracias a el señor Crowlen estaban más ligeros de lo que debería. La magia era increíble, aunque el señor Crowlen no pareció decir a mis padres que había usado magia para aligerara sus bolsas.
-¿Que queda por comprar?-pregunté.
En realidad, sabía perfectamente que venía ahora. Era por lo que llevaba todo el día esperando.
El señor  Crowlen sonrio a medias y fue hacia aquella tienda que había tenido controlada durante todo el día.
"Ollivander. Fabricante de varitas finas desde 382 A.C"
El cartel de Ollivander era de color verde con remaches de color dorado y extrañas runas tambien doradas y dos varitas cruzadas.
El escaparate era sencillo y poco llamativo que solo dejaba ver un fondo oscuro y un sencillo mostrador.
  -Está vez entraremos Clarie y yo solos, después me reunire con vosotros... Necesitan tranquilidad-explico el señor Crowlen.
Sentí un retortijon en el estómago. Me daba miedo. Iba a recibir mi varita. Mi varita, por fin.
El señor Crowlen me había explicado a medias la importancia de este momento y... Me podía más nerviosa que el simple hecho de ir a Hogwarts siendo una hija de muggles sin una mínima idea de magia.
Mire con nerviosismo a mis padres. Como buenos padres me dieron ánimos, pero no sirvieron de nada.
  -¡Vamos hermana! Ahora podrás convertir a quién quieras en sapo. Vas a ver que divertido-dijo Ben con una sonrisa infantil.
Me eche a reír y revolví su cabello rubio platino.
  -tranquilo pequeño, dudo que pueda ponerme a convertir a gente... Tan pronto-bromee y mire al señor Crowlen-estoy lista, vamos.
El señor Crowlen asintio con la cabeza y abrió la puerta empujandome con delicadeza la espalda para que entrara.
Unas campanitas anunciaron nuestra llegada.
El polvo se veía reflejado en los pocos rayos de luz que se colaban por las ventanas. Era un lugar oscuro, pero no lugubre, con polvo pero no sucio.
Era un sitio con un ambiente cargado de un tipo de energía mezclada con el olor a cuero.
Curiosa observé como miles de cajas alargadas  se apilaban unas encima de otras repartidas por toda la tienda.
Escuché un ruido amortiguado de pasos y mire en direccion a un pequeño pasillo que llevaba a la trastienda.
Un hombre ni muy alto ni muy bajo se acerco a nosotros poniendose bien el cuello de la camisa.
No era un hombre viejo, pero si aparentaba estar cansado, con unas ojeras grises bajo los ojos palidos, de tono azul tan claro que hacia juego con las ojeras.
Su cabello negro estaba peinado hacia atras y bien colocado. Iba muy elegante, a pesar de que yo no conocia muy bien la manera de vestir aqui.
Con una capa color vino de empuñaduras beiges en las mangas y con un corte extraño, pero elegante al mismo tiempo. Parecia sacado como de otra epoca dentro del propio mundo magico.
  -Buenos dias señor y señorita... En que puedo ayudarles?-pregunto con una voz bastante silenciosa y tranquila.
  -Buenos dias señor Ollivander. venimos a por una varita para está pequeña niña que va a iniciar su primer curso en Hogwarts-dijo el señor Crowlen amablemente.
Aquel hombre clavo la mirada en el.
  -Puede que fuera un aprendiz en aquellos tiempos pero nunca olvidare que su varita fue una de las ultimas que mi padre vendio-dijo con amabilidad.
Observé sorprendida al señor Crowlen, este sonrio con cierto orgullo.
  -Gracias a Dios tu padre pudo encontrarme una varita. Supongo que a usted le costarian largos años comenzar a realizar Su trabajo con tanta efectividad como el-dijo el con amabilidad.
El hombre le sonrio. No lo entendí, por supuesto, sí hubiera sido para mi ese complido, me habría ofendido.
  -Nunca sere como el, al igual que nunca ningun otro que domine este arte podra ser como yo. Esto es un don que crea un estilo en cada creador de varitas. Aunque claro.... Mi padre era increible. Gracias a Dios Su don y sabiduria me fue transmitido y puedo continuar con esta noble tarea familiar. Por ello tu varita de fresno de veintitres centimetros semi rigida con nucleo de la crin de un unicornio hembra perfecta para Encantamientos y Transformaciones, nunca se me olvidara verla pasar delante de mi mientras mi padre la elaboraba hace bastantes años ya-dijo sonriente.
El señor Crowlen suspiro para mi sorpresa.
  -Un noble arte del que pocos destacan y pocos comprenden.... Eso me dijo tu padre.
  -Y no se equivoco-dijo el señor Ollivander.
El señor Crowlen poso su mano sobre mi hombro.
  -Comprendo la importancia de estas cosas por ello creo que debería dejarles solos...Así que me voy. Cuando encuentres tú varita nos avisas, mientras tanto tus padres y yo nos tomaremos algo aquí al lado ¿está bien?-pregunto con una sonrisa. Asentí con la cabeza-Estupendo, nos vemos después. Mucha suerte.
  -Gracias-susurre con boca chica.
Me sonrio de nuevo para darme ánimos y... Se fue.
Me quede sola, delante de aquel hombre que me observaba como sí llevara rayos X en los ojos.
Tenía miedo.

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