viernes, 5 de abril de 2013

Capítulo tres, parte dos. La varita que me eligió.

"Hace muchos años, cuando el mundo de los magos no era más que una continúa batalla por el poder. Un gran ser se alzó por encima de los demás.  Le llamaban Keray y era increíblemente fuerte. Salió de la nada. Al principio actuó con lo que podríamos denominar como los malvados. Pero pronto se dio cuenta de que no quería que los magos oscuros decidieran sobre los demás.
Quería ser el, sólo él el que dominara a todo mago, bruja, ser mágico o muggle.
Ese a sido siempre el objetivo de todo mago oscuro. El poder extremo.
Por supuesto, Keray necesitaba súbditos a los cuales manipular a su antojo y convertir en fieles y leales vasallos.
Ni en este siglo ni en ningún otro, los vasallos han sido de fiar. Por ello, Keray mediante magia negra manipulo a todos los magos poderosos que pudo encontrar.
Era capaz de dominar las almas con sólo una mirada y hacer que una ciudad entera cayera a sus pies.
Con los años, el caos invadió el mundo entero y Keray nunca se detenía.
Muchos le plantaron cara, pero su destino fue una terrible muerte o servirle bajo la influencia de su poder.
Era invencible, uno de los magos más tenebrosos de todos los tiempos. Siempre se exagero con que era más poderoso que quién-tú-sabes... Ni siquiera puedo concebir esa idea y espero que no fuera así, sino... Habría sido la peor época para existir en este mundo.
La gente estaba muy asustada y buscaron una manera de librarse de Keray, se negaban a rendirse...
Entonces llegó la que sería la única salvación para este mundo.
Una joven, hermosa y encantadora aseguro que podía destruir al ser que llevaba años torturandoles.
El gran problema es que en esos siglos, las mujeres tanto brujas como muggles, estaban terriblemente mal juzgadas.
La igualdad llegó un par de siglos después, pero hasta entonces se las consideraba simples cuidadoras de niños y limpiadoras del hogar.
Algunas eran más respetadas por su condición de adivina o de buena preparadora de pociones.
Está era una adivina, poco conocida fuera de un lejano pueblo de Escocia, pero realmente fantástica.
Era una simple muchacha joven y hermosa para aquellos que la vieron ofrecerse voluntaria para enfrentarse a Keray.
Se rieron de ella y se burlaron diciendo que nunca una niña y muchos menos siendo mujer, se enfrentaria a Keray y mucho menos le venceria.
Nadie creyó en ella. Aún así la joven maga sola aunque con decisión se enfrentó a su destino y se enfrentó a Keray"
Embobada observé el gran libro de letras extrañas y mire al señor Ollivander, esperando que continuará.
  - ¿Y que ocurrió? ¿Le venció?-pregunté con gran excitación e impaciencia.
Las cejas del señor Ollivander se fruncieron.
  -Venció a Keray... Pero tuvo que pagar un gran precio-explico. Le mire curiosa-La muchacha murió en la batalla. Justo después de vencer a Keray, la vida abandono su cuerpo.
Puse una mueca de tristeza.
  -Pobre chica...-susurre.
El señor Ollivander asintio conforme con mi comentario.
  -Cierto, pero aún así quedó algo todavía en este mundo de ella-explico y sacó la delicada y envejecida cajita y la dejó con delicadeza en el mostrador-está es la mayor obra de arte hecha por un fabricante de varitas-explico en un susurro.
Con delicadeza abrió la cajita y mostró la hermosa varita que había en su interior.
  -Está varita fue hecha por Gedric Ollivander. Hace muchos siglos. Fueron una de las primeras que se crearon y también una de las últimas-explico tomándola con increíble ternura y delicadeza- Treinta centimetros y medio, de madera de roble de un arbol milenario, uno de los mas fuertes del mundo, como nucleo central sangre de unicornio macho puro. Rigida, perfecta para casi cualquier tipo de embrujo, maleficio, hechizo, maldicion, contramaldicion, etc.
Sus ojos observaban la varita como su fuera un bebé, algo delicado y frágil. Casi lo miraba como un padre mira a su hijo.
-¿Porque fue una de las ultimas que se crearon?-Pregunte estirandome para observarla más de cerca.
La varita tenía un color marron oscuro, era alargada y elegante. Con una empuñadura del mismo color y con preciosas hebras de plata. Parecia una verdadera obra de arte y casi me daba miedo de tocarla y que se desiciera entre mis manos.
Era tan sorprendente que de aquella cajita destrozada por el tiempo y la humedad fuera tan hermosa en comparación con las demás.
El suspiro.
-Por su nucleo central-Explico acariciandola con delicadeza
-¿La sangre de unicornio macho puro?-Pregunte curiosa-¿Que tiene de malo?
El señor Ollivander dejó la varita sobre el polvoriento estuche y me observó con paciencia.
  - Aquella muchacha, la que destruyó a Keray, ordenó ella misma la creación de está varita a mi antepasado. Los ingredientes perfectos, las medidas perfectas... Gedric cautivado por su belleza y su inteligencia, le obedeció. Pero al igual que cualquier otro fabricante de varitas habría hecho, se hecho hacia atrás con el núcleo central-Seguía sin comprenderlo, pero me pidió paciencia con la mirada-Hay un dicho, que en realidad es muy cierto, de que todo aquel que derrame una sola gota de sangre de unicornio, está maldito de por vida y su alma condenada al infierno y la perdición-explico. Puse una mueca a la cual sonrio-Los unicornios son los seres más puros de este planeta. Por ello dañar algo tan puro conlleva a consecuencias nefastas.
Asenti con la cabeza lentamente.
  -Así que Gedric no se quería arriesgar con acabar maldito ¿no?-Pregunté.
El señor Ollivander asintio orgulloso.
  -Así es, por ello la muchacha se encargo de conseguir la sangre y asegurar a Gedric que la maldición no caería sobre el-explico. Y volvió a señalar la varita-está varita lleva generaciones con nosotros y siempre hemos estado muy seguros de que está varita-bajo su mirada a la varita-es la misma que la de la muchacha que derrotó a Keray.
Fruncí el ceño y observé la preciosa varita.
  -Eso es estupendo pero...¿que tiene que ver está varita con el hecho de encontrar una para mi?-Pregunté.
El señor Ollivander parecía estar esperando exactamente esa pregunta.
  -Tiene que ver con que estoy un noventa por ciento de seguro de que está varita, podria ser compatible contigo-explico.
Pegué un respingo, asombrada.
  - ¿Que? ¿Conmigo? ¿Está seguro de lo que dice?-Pregunté alejandome de la varita ligeramente.
Volvió a sonreír de oreja a oreja, casi como lo haría un dibujo animado.
  -Sí, al menos en un noventa por ciento-repitió y cogió la varita con delicadeza-Pruebala.
Negue con la cabeza rápidamente.
  - ¿Y si se confunde?-pregunto.
  - Pues pasaremos a otra-me aseguro.
Fruncí el ceño y me acerqué al mostrador de nuevo. El señor Ollivander me tendió la varita.
  - Toda tuya-dijo cediendomela.
La cogí con suavidad e inmediatamente sentí como un escalofrio cubría mi brazo. Sentia un calor en las puntas de los dedos que resultaba muy agradable.
Me sentí segura, fuerte, invencible. Era como sí hubiera llevado todos estos años con sólo un brazo y de repente lo había recuperado. Era algo nuevo, diferente, pero a la vez me parecía tan normal y común...
Un suspiro de alivio se escapó entre mis labios.
Los ojos del señor Ollivander estaban a punto de salirse de sus órbitas y tenía la mandibula algo desencajada.
  -Tenía razón...-comenzó a susurrar.
La campaña que advertía de un nuevo cliente sono y la varita del señor Ollivander fue tan rápida que ni la vi.
Pero un segundo después, el libro, la caja y el estuche ya no estaban en el mostrador.
Me gire en redondo y espere ver a un nuevo cliente. Pero no, sólo era el señor Crowlen con mis padres y mi hermano observando con curiosidad sobre sus altos hombros.
  - ¿Ya habéis acabado?-Pregunto con amabilidad-Estabais tardando tanto que...
  - La señorita Wolf ya tiene su varita. La acabamos de encontrar ahora mismo-explico el señor Ollivander arrebatandome la varita y colocandose tras el mostrador-una buena chica con una bonita varita-dijo mientras sacaba un estuche negro sin estrenar para usar con mi varita-Estoy seguro de que con ella serás capaz de hacer grandes conjuros.
Cerro la caja con una cinta y observó al señor Crowlen y a mi familia
  - Diez galeones por favor-pidió con amabilidad pero más seriedad que había mostrado hacia unos minutos.
El señor Crowlen se adelanto a pagarle mientras el señor Ollivander me tendía la caja. La cogí con delicadeza y la guardé en la mochila que llevaba a la espalda. No iba a dejar mi nueva y valiosa varita con el resto de cosas de la escuela.
  -Espero, pequeña niña, que cuides como debes la varita. No es un juguete que puedas utilizar a tú antojo. Debes cuidarla ¿puedes?-Pregunto.
Me mano envolvió mi pequeña mochila.
  -Por supuesto-contesté alzando la barbilla.
  -Espero que sepas cuidarla mejor que recoges tú cuarto-me especto mi madre.
Al segundo sentí mis mejillas enrrojecerse hasta el punto de ponerse de color carmesi.
  -Sí mama-susurre agachando la cabeza avergonzada.
Todos los adultos se echaron a reír.
  -Estupendo, entonces vamos ha terminar las compras-dijo el señor Crowlen apremiante-aún nos quedan algunas cosas.
Asenti con la cabeza y me despedí del señor Ollivander.
  -Hasta otra pequeña, y no dudes en venir otra vez-dijo agitando la mano despidiendose.
  -Está bien, muchas gracias señor Ollivander-dije saliendo de la tienda.
La puerta se cerro, pero aún así sentí su mirada en la nuca mientras nos abriamos pasó entre la multitud.
  - ¿Que queda por comprar?-pregunté confusa.
El señor Crowlen sonrio.
  -Eso ya lo verás, no seas impaciente-me pidió.
Fruncí el ceño confusa. Odiaba la incertidumbre. Pero pronto sabría a que venia aquel secretismo.
*En La Tienda*
La puerta se cerro tras la pequeña familia y la cabellera castaña oscura llena de tirabuzones se alejo entre la multitud.
  -Pequeña niña...¿De donde has salido?-Pregunto el señor Ollivander con desesperación.
Su mirada descendió al libro que acababa de hacer reaparecer sobre el mostrador.
En el, había el retrato de una hermosa muchacha de piel blanca como la leche, grandes ojos verde esmeralda y larga cabellera oscura que le llegaba hasta la cintura.
A pesar de los años, se podía comprobar que debió de ser hermosa cuando fue hecho el retrato.
Este, como todos en el mundo magico, sonrisa con dulzura y observaba el callejón.
El señor Ollivander se había pegado toda su infancia y parte de su adolescencia observando a aquella hermosa mujer. Con aquellos impresionantes ojos y trataba de imaginarselos en el mundo real. Jamás había podido, hasta ahora.
Aquella pequeña niña de mejillas pecosas, piel blanca y grandes ojos esmeraldas había resuelto su duda. La duda de sí esa mujer fue en un pasado real.
  - ¿Que te deparara el futuro pequeña Wolf?

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